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Entre los príncipes, defensores de la tierra rusa y de la Fe Ortodoxa durante el yugo mongólico, en especial, se destacó el príncipe San Alejandro Nevsky. Hijo del Gran Duque Iaroslav, nació poco antes de la invasión de los mongoles en el año 1220 y, bajo la guía de su devota madre, Santa Teodosia, recibió una buena educación de un profundo carácter religioso. Su infancia y su juventud las pasó en Novgorod, donde gobernaba su padre pero, y donde luego él, siendo todavía joven, tuvo que asumir la pesada carga de gobierno. La región de Novgorod se salvó de la devastación y el saqueo de los tártaros, pero sufrió la fuerte presión de sus vecinos occidentales: los lituanos, los germanos y los suecos. San Alejandro Nevsky tuvo que encabezar una pesada lucha contra ellos, defendiendo la independencia de la tierra rusa, como también preservar y defender la Iglesia rusa de los ataques de diferentes lados.

Al ver los Papas de Roma que podían contar con la voluntaria subordinación de la Iglesia rusa, resolvieron aprovechar el estado débil e indefenso de Rusia, presionándolos, obtener la dependencia de la Fe Ortodoxa rusa. Fue promulgada la bula en el año 1237, que llamaba a los suecos a realizar una cruzada para castigar a los finlandeses, quienes se rebelaron contra la propaganda del catolicismo y al mismo tiempo convertir a esta religión a los rusos. Se anunció que todos los participantes de la cruzada recibirian el perdón de sus pecados y los caídos en la lucha, el goce eterno. Se formo así un gran ejercito sueco al mando del Birger. Este ejército desembarcó en el año 1240 en las orillas del río Nevá. Después de una fervorosa oración en la catedral de Santa Sofía, el ejercito ruso, no muy grande, conducido por el príncipe Alejandro, se dirigió a enfrentar al enemigo.

El valiente príncipe dirigió a sus huestes un breve pero sentido discurso:»Hermanos, somos pocos y el enemigo es fuerte, pero Dios no esta en la fuerza sino esta en la Verdad. Recordemos las palabras del Creador de los salmos:……. estos en carros, aquellos a caballo, y nosotros el nombre de Dios invocaremos…..No os amedrentéis por el número de los combatientes, porque Dios está con nosotros.» Animado por la visión que tuvo el soldado Pelgucio de los Santos Boris y Gleb, San Alejandro, en la noche del 15 de julio 1240, atacó al enemigo y le infringió una decisiva derrota.»Los seguidores de Roma fueron derrotados y humillados,» exclamaban con alegría los habitantes de Novgorod al festejar la Victoria.

Al poco tiempo tuvo lugar otro ataque del mundo occidental latino a la fe ortodoxa rusa. Esta vez de parte del orden livono de caballeros de Port-Glave. Estos caballeros, entre religiosos y militares, obligaron a los habitantes de las orillas del mar Báltico, a convertirse al catolicismo. Para ello usaban la fuerza de sus armas. Después entraron en el territorio ruso y tomaron ciudades Pskov y Iuriev, convirtiendose en una amenaza para Novgorod. Alejandro fue obligado a dejar esta ciudad por los desordenes del pueblo y retirarse a Suzdal. Bajo la influencia del peligro, los habitantes de Novgorod entraron en razón y fueron a pedirle al príncipe Alejandro que vuelva y les ayude a derrotar al enemigo.

Olvidando todas las ofensas, y juntando toda la fuerza militar, Alejandro atacó al enemigo, liberó a Pskov, y se dirigió al lago Chudsko, donde tomó lugar la famosa batalla sobre el hielo. Esta batalla se llama: «batalla sobre los hielos.» Esta victoria (5 de abril del 1242) quebró a los lituanos y detuvo su penetración en la tierra rusa. El Papa Inocencio IV, al sufrir esta derrota, se dio cuenta que no podía mediante el uso de la fuerza subordinar al fiel defensor de la religión ortodoxa y resolvió, desde entonces, utilizar medios pacíficos. En el 1251 envió dos cardenales para una entrevista con el príncipe Alejandro, con una misiva en la cual lo invitaba estar bajo de la protección de Roma. El príncipe Alejandro respondió": Nosotros conocemos la verdadera doctrina de la Iglesia y nunca aceptaremos la suya!» Las novedades sobre el valeroso príncipe y sus gloriosa victorias llegaron hasta el Khan de los tártaros. Después de la invasión de los tártaros, los príncipes visitaban el Horda tártara, como una señal de sumisión y viajaban para ver al Khan. El Santo Alejandro todavía no había ido. Cuando el Khan Batey deseó verlo, San Alejandro entendió que es imposible ignorar su invitación, y reconfortado por las oraciones y las palabras de despedida del prelado de Novgorod, se dirigió a la Horda. Allí los sacerdotes paganos exigieron que, según la tradición, el príncipe, antes pasara por el fuego purificador y se postrara ante las imágenes de los antepasados del jefe tártaro. El defensor de la Fe de Cristo contestó, con dignidad, de la siguiente manera»: Soy cristiano y no debo inclinarme ante ninguna creación humana.» Al oír sus palabras, los sacerdotes se apresuraron a trasmitirlas al Khan Batey. Todos los que viajaron a la Horda acompañando a Alejandro se atemorizaron con lo que iba suceder. Al ser introducido ante el jefe tártaro, San Alejandro se inclinó en una reverencia y dijo:» Zar, me inclino ante ti porque Dios te ha honrado con un reino, pero nunca me inclinare ante algo creado por hombre. Únicamente a Dios es al quien sirvo, adoro, reverencio y me arrodillo! "Estas sabias palabras le gustaron tanto al Khan que, muy pronto y con grandes honores despidió al Santo príncipe. Con posterioridad, San Alejandro, quien desde 1252 fue el Gran Príncipe de Vladimir, tres veces mas viajó al Horda, tratando de disminuir las desgracias y las calamidades con las cuales los tártaros amenazaban al pueblo y la tierra rusa.

En su último viaje se enfermó y 14 de noviembre 1263 falleció en Gorodetz de Povolzsk. Cuando la triste noticia llego a la Ciudad de Vladimir, el metropolitano Cirilo, la comunicó con las siguientes palabras: «Hijos queridos, el sol de Rusia se ha extinguido» Todos lloraban la pérdida del príncipe. Durante el reinado del Emperador Pedro I (1724) se llevaron sus imperecederas reliquias a Petrograd, donde se encuentran en el presente en el monasterio de

Alejandro Nevsky. 1/14 de septiembre: El Comienzo del Año Eclesiástico

Tomado del Prólogo de Ohrid, por san Nicolás Velimirović

El Primer Concilio Ecuménico decretó que el año eclesiástico debe comenzar el 1ro de septiembre. El mes de septiembre era para los judíos el comienzo del año civil (cfr. Éxodo 12:2), el mes de recoger la cosecha y de traer a Dios sacrificios de acción de gracias. Fue durante esta fiesta que el Señor Jesús entró en la sinagoga de Nazareth, y abriendo el rollo del Profeta Isaías, leyó: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para llevar la buena nueva a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (San Lucas 4:16-21; cfr. Isaías 61:1-2). Este mes de septiembre también es notable en la historia del cristianismo ya que fue en él que Constantino el Grande venció a Majencio, el enemigo de la fe cristiana, victoria que fue seguida por la concesión de libertad para confesar la fe cristiana a través del Imperio Romano. Por mucho tiempo, el año civil se calculaba del mismo modo que el año eclesiástico en el mundo cristiano, pero fue luego cambiado del 1ro de septiembre al 1ro de enero, primero en Europa occidental, y luego también en Rusia en tiempos de Pedro el Grande.

1/14 de septiembre: San Simeón el Estilita

Tomado del Prólogo de Ohrid, por san Nicolás Velimirović

Nacido en Siria de padres campesinos, huyo de ellos a la edad de dieciocho años y se hizo monje. Se entregó al más estricto ascetismo, a veces ayunando por cuarenta días. Después de esto, practicó una ascesis particular hasta entonces desconocida: estar de pie día y noche sobre un pilar en oración incesante. Este pilar era de 10 pies [3 metros] de alto al principio; entonces se le construyó uno de 20 [6 metros], luego de 36 [11 metros], de 60 [18 metros], y finalmente de 66 [20 metros]. Su madre Marta vino a verlo dos veces, mas él no quiso recibirla, diciéndole desde su pilar: «No me perturbes ahora, querida madre, si es que vamos a ser dignos de encontrarnos en el siglo venidero». San Simeón sufrió innumerables ataques de demonios, venciéndolos todos mediante la oración. Obró grandes milagros, sanando a los enfermos mediante sus oraciones y sus palabras. Gente de todas partes se congregaban alrededor de su pilar: ricos y pobres, reyes y esclavos. Él los ayudaba a todos, restaurando la salud física a unos, dando consuelo e instrucción a otros, y denunciando a algunos por su fe herética. Fue así que la Emperatriz Eudocia regresó a la Ortodoxia, abandonando la herejía de Eutiques. Simeón vivió en ascetismo durante los reinados de Teodosio el Joven, Marciano y León el Grande. Este primer estilita cristiano y gran obrador de milagros vivió setenta años, y entró en su descanso en el Señor el 1º de septiembre del 459 d. C. Sus reliquias fueron llevadas a Antioquía, a la iglesia que le fue dedicada. San Simeón nació dentro de los límites de Antioquia de Siria a mediados del siglo cuarto en una familia pobre. Durante la niñez pastaba las ovejas de su padre. Cierta vez llegado al templo oyó el cantar de los "mandamientos de Bienaventuranza," engendrándose en el la sed de una vida virtuosa. Simeón comenzó a rezar ardorosamente a Dios pidiéndole le indique como alcanzar una vida de verdadera justicia. Pronto tuvo un sueño como que estaba cavando la tierra para un cimiento de un edificio. Y oyó una voz que le dijo: «cava más profundo»Simeón comenzó a cavar con más ahinco. Considerando que el foso era de profundidad suficiente, se detuvo pero la misma voz le indicó seguir cavando. Este mandato se repitió varias veces. Entonces Simeón comenzó a cavar sin cesar hasta que una voz desconocida lo detuvo con las palabras:» Basta y ahora si quieres construir, construye, sacrifícate verdaderamente porque sin sacrificio no vas a tener éxito en nada.

Habiendo decidido ser monje el santo Simeón abandonó la casa paterna y tomó los hábitos en un convento cercano. Allí permaneció cierto tiempo cumpliendo la penitencia, como monje, con el sacrificio de la oración, penitencia y obediencia, para mayor hazaña espiritual se alejó al desierto de Siria. Aquí el santo Simeón inició un nuevo medio de sacrificio. — «stolpnichestvo » (columnismo en ruso). Construyendo un poste de unos metros de altura, se ubicó sobre él y con ello se privó de acostarse y descansar. Permanecía parado día y noche, como vela, en posición vertical, casi permanentemente, oraba y pensaba en Dios. Además de una severa abstinencia de alimentos, voluntariamente padecía muchas carencias: lluvias, vientos y fríos. Se alimentaba de trigo mojado y agua que le traía gente bondadosa. Su hazaña poco común comenzó a conocerse en muchos países, y comenzaron a fluir visitantes desde Arabia, Persia, Armenia, Georgia, Italia, España y Bretaña. Viendo su descomunal fuerza de voluntad, y considerando sus inspiradas prédicas, muchos idólatras se convencían de la verdad de la fe cristiana y eran bautizados.

San Simeón tuvo el don de sanar enfermedades del alma y del cuerpo y prever el futuro. El emperador Teodosio II, el Menor, (408-450) admiraba a san Simeón y comúnmente seguía sus consejos. Cuando el emperador falleció, su viuda la princesa Eudoquía, fue convertida a una herejía monofisita. Los monofisitas no aceptaban en Cristo dos naturalezas — Divina y humana, sino solo la Divina. El beato Simeón persuadió a la princesa quién volvió a ser cristiana ortodoxa. El nuevo emperador Markián, (450-457) en ropas comunes secretamente visitaba al beato y le pedía consejos. Por consejo del beato Simeón Markián convocó el IV concilio Universal en el 451 donde se condenó la enseñanza herética del monofisismo. San Simeón vivió más de cien años, falleciendo durante la oración en el año 459. Sus reliquias yacían en Antioquia. La iglesia Rusa en los oficios religiosos dedicados a san Simeón lo nombra como «persona celestial, » ángel terrenal e «iluminador universal.» Kondaquio: Buscaste lo supremo, a lo supremo te uniste, y carruaje de pilar fogoso hiciste: con ello conversaste con los ángeles, beato, con ellos a Cristo Dios oraste permanentemente por todos nosotros.

2/15 de septiembre: San Juan el Ayunador

Tomado del Prólogo de Ohrid, por san Nicolás Velimirović

San Juan también es conmemorado el 30 de agosto. Era originalmente un orfebre; luego, por la providencia de Dios y por sus grandes virtudes, fue ordenado sacerdote. Siendo aún joven, san Juan estaba caminando junto a un viejo monje de Palestina, Eusebio. De repente, una voz vino a Eusebio desde un lugar invisible, diciendo: «¡Padre, no camine a la derecha del gran Juan!». La voz de Dios estaba prediciendo el alto servicio al que Juan pronto sería llamado. Después de la muerte del bienaventurado Eutiquio, Juan fue elegido Patriarca de Constantinopla. Él estaba muy reacio a aceptar, pero maravillado por una visión celestial dio su consentimiento. Fue un gran ayunante, un hombre de oración y un obrador de milagros hasta el momento mismo de su muerte, entrando a su descanso en el 595 d. C.

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