Unidad
¿Cómo Iglesias Autocéfalas, sin una instancia central de gobierno (una especie de Papado Romano), han conservado plena comunión entre sí durante dos milenios?
Es una pregunta que se hacen algunos Católicos Romanos, habituados a una Iglesia universal, con un sistema cuasi-monárquico que ha encontrado el modo de expresar esa realidad también de manera jurídica. Esa comunión y total unidad ha sido posible por la Iglesia Ortodoxa gracias al reconocimiento de ciertos elementos que expresan la unidad Teológica y Eclesial de toda la Ortodoxia. Esos elementos son:
La unidad en la fe apostólica, que se manifiesta en la aceptación unánime de los mismos dogmas y doctrinas, tal como se desprenden de:
Las decisiones tomadas por los Apóstoles y los obispos en el concilio de Jerusalén (Hech 16:4);
La profesión unánime y sin cambios del Credo Niceno-Constantinopolitano;
Las definiciones dogmáticas de los siete concilios ecuménicos;
Los textos dogmáticos de los nueve concilios locales; y
Los textos de los Sínodos de Constantinopla de 861, 879, 1314 y 1351 -estos últimos sobre la doctrina de San Gregorio Palamas acerca de las energías divinas-.
Estas referencias comunes permiten conservar la unidad en la Tradición que, junto a la Sagrada Escritura, es fuente de la Revelación. Esa Tradición se verifica y encuentra en la Iglesia unica y verdadera, y constituye uno de los criterios externos y manifiestos de la unidad de la Iglesia.
La unidad en los mismos misterios celebrados o sacramentos, especialmente la Eucaristía, en un mismo espíritu y con los mismos rituales, que expresa la adoración de la Santísima Trinidad por la toda Iglesia. En este sentido, la liturgia también conserva a la Iglesia en la verdadera tradición. No ha sido cambiada la forma de celebrar desde el siglo IV con San Juan Crisóstomo, eso garantizó una permanencia en una sola verdad.
La confianza en el sentir común de las Iglesias y de los fieles, debido a que en la Ortodoxia no hay pronunciamientos de instancias magisteriales. Se puede hablar de una unidad de conciencia, de criterio o, en un sentido más amplio, de aprehensión de lo que es el espíritu Ortodoxo. Esto se manifiesta en el momento de expresar y exponer la fe ortodoxa y, además, por la percepción, reconocimiento o el rechazo de todo aquello que no es Ortodoxo. Si algo no es Ortodoxo, simplemente es rechazado por todos.
Los elementos que preservan la unidad han favorecido el desarrollo de una definida y rica tradición en los ámbitos de la Teología, la Espiritualidad y la Liturgia, que es un claro signo de que estas Iglesias han conservado continuidad directa, histórica y doctrinal, con la Iglesia apostólica o de los origenes del cristianismo. De hecho el origen histórico de algunas de esas Iglesias se remonta a los mismos Apóstoles. La Iglesia Católica Romana las reconoce como verdaderas Iglesias, ya que por la celebración de la única Eucaristía del Señor, en ellas se edifica y crece la Iglesia de Dios (cf. UR15). Las relaciones recreadas a partir del Concilio Vaticano II, junto al levantamiento de las excomuniones recíprocas entre Roma y Constantinopla (1965), han permitido que Pablo VI calificara a estas Iglesias como “hermanas” de la Iglesia de Roma. En esta base se funda la esperanza de llegar a una plena comunión, que permita a la Iglesia respirar con sus “dos pulmones” como dijo Juan Pablo II.
Sin embargo, la Iglesia Ortodoxa mira con incertidumbre la actual situación de la Iglesia Católica Romana y en su mayoría los Ortodoxos consideran que la Iglesia de Roma se ha alejado del auténtico culto espiritual y la verdadera doctrina eclesial y teológica.