En el siglo IV vivían en Roma acaudalados cónyuges Eufemio y Aglaya, conocidos por su caridad y compasión. Todos los días ofrecían comida a los pobres, huérfanos, viudas y peregrinos. Si un día había poca gente a comer, Eufemio decía con tristeza: «Soy indigno de caminar sobre la tierra de Dios.» Todos amaban a Eufemio y a su esposa, pero ellos no tenían hijos. Ambos sufrían y cada día rogaban a Dios para que les dé un hijo, quien les alegraría su vejez. Finalmente Dios escuchó su petición y nació el hijo a quien lo bautizaron con el nombre de Alexis. Los padres hacían todo lo posible para que el hijo crezca bueno y devoto. Teniendo a sus devotos padres, quienes lo guiaban desde temprana edad, Alexis amaba al Señor, ayunaba, sé vestía humildemente y rezaba mucho. Cuando Alexis llegó a la mayoría de edad sus padres le encontraron una novia y los casaron. En el primer día de su matrimonio, cuando los jóvenes esposos quedaron solos, Alexis se acercó a su esposa-virgen, le dio el anillo de oro, un cinturón de mucho valor y le digo: «Guarda esto y que Dios esté entre nosotros hasta que su bondad nos haga nuevos.» Al decir esto Alexis se alejó. Se sacó la rica vestimenta nupcial, se vistió como un simple aldeano, tomó un poco de plata y se fue a la casa de sus padre. A Alexis lo llevaban las palabras de Cristo: «Aquel quien deje la casa, o hermanos o hermanas, o padre, o madre, esposa, hijos o tierra en nombre mío, tendrá cien veces más y heredará la vida eterna» (Mt. 19:29). Presumimos que antes de irse de la casa de sus padres venerable Alexis consintió en casarse para asegurar el futuro de su novia. Vagando por varios países, Alexis llegó finalmente a la ciudad Edesa. Ahí se encontraba el antiguo icono del Salvador, no hecho por manos. En Edesa Alexis dio a los pobres sus últimas monedas y empezó a vivir como mendigo cerca de la iglesia de Santísima Virgen — viviendo de lo que le daban. Alexis rezaba día y noche y comulgaba los domingos. Así durante 17 años él vivió en la miseria haciendo esfuerzos espirituales.
Poco a poco muchos habitantes de Edesa conocieron al mendigo que estaba sentado cerca de la iglesia y apreciaron su alta espiritualidad. Uno de los servidores de la iglesia vio en el sueño a la Santísima Virgen María, Quien le dijo:»Haga entrar a Mi Iglesia al hombre de Dios, porque sus oraciones llegan a Dios y como el rey tiene su corona así sobre él está el Espíritu Santo.»El servidor se extrañó, no sabía quien era, pero la visión se repitió y la Madre de Dios indicó al mendigo que estaba sentado delante de las puertas de la iglesia. A partir de este momento aumentó el aprecio a Alexis. Empezaron a alabarlo y citar abiertamente como un ejemplo. Entonces, para alejarse de la futilidad de la gloria, él se fue de Edesa. Llegó al mar Mediterráneo y se embarcó para ir a algún otro país. Durante la travesía se desató una gran tormenta y después de unos días el maltrecho barco llegó a Italia, cerca de Roma, donde años atrás vivía Alexis. Ya sobre la tierra, Alexis se fue a su casa y en el camino encontró a su padre quien regresaba de la iglesia. Inclinándose delante de su padre, Alexis dijo: «Tenga piedad del mendigo y dadme un lugar en tu casa. Por eso el Señor te bendecirá y otorgará el Reino Celestial y si tenéis a alguno de los tuyos viajando lo devolverá.» Estas palabras acordaron a Eufemio sobre su hijo desaparecido, se le cayeron lágrimas y él dijo que le den al mendigo una pequeña casa en su estancia. Así Alexis empezó a vivir en la estancia paterna, sin ser reconocido, porque viviendo tantos años con privaciones quedó irreconocible. En la casa Alexis llevaba la misma vida como anteriormente en Edesa: oraba constantemente a Dios, comulgaba cada domingo, soportaba ser mendigo y se conformaba con muy poco. Era difícil para Alexis vivir cerca de sus padre, madre y esposa, ver su dolor por la pérdida de hijo y esposo. Así pasaron otros 17 años. Cuando Alexis sintió que se acercaba su muerte, él escribió sobre un papel su vida, empezando por el día de su alejamiento de sus seres queridos y empezó a esperar la muerte. El domingo siguiente el obispo de la ciudad de Roma, Inocencio, en la presencia del emperador Honorio oficiaba la misa. Había muchos fieles presentes. Durante la misa se escuchó la voz: "Busquen al hombre de Dios en la casa de Eufemio.»El emperador preguntó a Eufemio «¿Por qué no nos dijiste que en tu cada vive el hombre de Dios?" Eufemio contestó: «Vea Dios, no se nada.» Entonces el emperador Honorio y el papa Inocencio decidieron ir a la casa de Eufemio para conocer al hombre de Dios. Cuando llegaron a la estancia, ellos supieron de los criados que en la pequeña casa vive un mendigo que reza y ayuna. Entraron a la casita y vieron a un hombre muerto acostado sobre el piso. Su cara resplandecía y su cuerpo exhalaba aroma. El emperador vio el papel en la mano de Alexis, lo tomó y leyó en voz alta, entonces, finalmente Eufemio y todos los presentes supieron que el mendigo, quien vivía desde hacía tantos años ahí, era su perdido hijo. Los padres sufrían mucho porque tan tardíamente supieron sobre su amado hijo, pero al mismo tiempo se consolaban que él alcanzó tan alta santidad.
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