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Siendo todavía muy joven, San Martiniano se instaló en el desierto cerca de Cesarea en Palestina. Su joven cuerpo atormentaban las pasiones carnales, su alma estaba turbada por las tentaciones diabólicas, pero San Martiniano estaba venciéndolas con el ayuno, la oración y el trabajo. Así vivió 25 años. Gracias a él una ramera llamada Zoe, que vino especialmente para tentarlo, se convirtió en una Santa. El Santo pisó con los pies descalzos el carbón ardiente y con mucho esfuerzo aguantando el dolor, gritó: "¡cómo será el fuego del infierno!" Sorprendida por la fuerza espiritual y por los sufrimientos de eremita, Zoe se arrepintió y pidió a San Martiniano que orará por ella. Él le ordenó ir al Monasterio de Santa Paula, en Belén, donde ella vivió 12 años hasta su fallecimiento. Ahí ella lleva la vida de muchos esfuerzos espirituales para expiar sus pecados. Hasta el último día de su vida Zoe no bebía vino y solamente comía el pan con el agua día por medio y siempre dormía en el suelo. San Martiniano se fue a una isla deshabitado y allí vivió varios años sin el techo, bajo el cielo. Recibía la comida del dueño de un barco, para cual él fabricaba los cestos. En el mismo lugar donde San Martiniano se esforzaba espiritualmente, siguiendo sus pasos se salvó una joven llamada Svetlana (Fotinia), después de que su barco se hundió y ella fue traída por las olas a la isla. Al recibirla en la isla, para evitar las tentaciones el Santo se tiró al mar y con la ayuda de Dios alcanzó la tierra en el sur de Grecia. Después Martiniano estaba peregrinando durante 2 meses y falleció en paz en Atenas, cerca del año 122. San Svetlana se quedó en la isla. Después de seis años pasados en soledad ella falleció en paz.

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