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Al principio del siglo IV, durante el reinado del emperador Diocleciano (años 284-305) en el Oriente, fue el tiempo de las más crueles persecuciones de los cristianos. Tratando de revivir la ya declinante religión pagana, el emperador Diocleciano en el año 302 publicó un decreto en el que se obligaba a la destrucción de las iglesias cristianas y privar a los cristianos de sus derechos como ciudadanos y de sus cargos públicos. Más tarde, se publicó el segundo decreto que permitía la utilización de todos los medios posibles para obligar a los cristianos a renegar de su fe y ejecutar a los que no querían obedecer. Fue demasiado grande el odio de los paganos hacia los cristianos para que estos decretos del emperador no se cumplan. A raíz de las denuncias, muy pronto se llenaron las cárceles con cristianos: Obispos, presbíteros y laicos. En Armenia fue detenido el presbítero de la iglesia Aramraquini Auxencio, quien fue entregado con otros cristianos en la ciudad de Satalion al gobernador Licio, cruel perseguidor de los cristianos, para que lo juzguen.

En la ciudad de Satalion el jefe del ejercito fue Eustasio, cristiano, hombre piadoso quien predicaba el modo de vida cristiana. Cuando supo que el presbítero Auxencio se encontraba en la cárcel de la ciudad, Eustasio fue a verlo y le pidió sus oraciones para que el Señor le dé fuerza para sufrir el martirio. Y cuando el presbítero Auxencio, conjuntamente con otros encarcelados, fueron llevados al juicio Eustasio dijo que era cristiano. Enojado Licio decretó privar a Eustasio de todos sus cargos militares y torturarlo. El amigo de Eustasio, Eugenio también capitán, quiso compartir la suerte de su amigo Eustasio y dijo públicamente que era cristiano. Enseguida fue encadenado y encarcelado con todos. A la mañana siguiente llevaron a todos los encarcelados a la ciudad de Nicopolis. Los santos mártires fueron llevados encadenados y golpeados. A Eustasio le calzaron las botas con clavos que le traspasaban los pies. Yendo los mártires pasaron por su ciudad natal. Los ciudadanos salieron a su encuentro para ver a Eustasio, a quien todos amaban y apreciaban, pero no se atrevían acercarse porque tenían miedo de las persecuciones.

Pero uno, Mardonio, no tuvo miedo. Dejó a su familia al cuidado de los devotos vecinos y más a la Divina Providencia, y acompañó a los amigos quienes se preparaban a ser martirizados. A todas las amenazas de Licio Mardonio contestaba simplemente: "Soy cristiano." El Presbítero Auxencio, Eugenio y Mardonio fueron ejecutados — después de las torturas. Antes de ser ejecutado el Santo Mardonio rezaba a Dios: "Señor Dios Padre Todopoderoso, Señor Hijo Único Jesús Cristo y el Espíritu Santo, la Divinidad Única y una fuerza, tenga piedad de mi pecador y por medio de los caminos a Ti conocidos salva a Tu esclavo indigno, porque Tú estas bendito por los siglos de los siglos, Amén. (Esta oración de Santo Mardonio se lee en las iglesias al final de la tercer hora). Reemplazando a los recién martirizados cristianos, trajeron a los nuevos mártires, listos a demostrar su fidelidad y amor a Cristo con su sangre. El gobernador Licio vio la crucecita sobre el pecho de su guerrero Orestes y pregunto: "¿sois cristiano?" Orestes no lo negó: "Soy esclavo del Dios Altísimo", contestó. Lo agarraron y lo juntaron a los otros mártires. Cuando llegaron a Nicopolis muchos guerreros dijeron que también eran cristianos. Licio se quedó perplejo, temiendo que la ejecución de tanta cantidad de cristianos puede promover disturbios y compasión a los mártires. Decidió enviar a Eustasio y a Orestes a la ciudad de Sabastia donde se desempeñaba como intendente un tal Agrícola, conocido por su crueldad. Delante de su nuevo torturador, San Eustasio le habló con tanta sabiduría y convicción sobre Dios, sobre el amor a Dios, sobre la indecible misericordia, sobre la encarnación del Hijo de Dios y Su sufrimiento por la humanidad, sobre la locura y vanidad de la adoración de los ídolos, que el severo juez quiso salvarlo. El trataba de convencer a Eustasio de hacer un simulacro de que abjuraba a Cristo y hacer la ofrenda a los dioses paganos, prometiéndole regalos y honores. Pero Eustasio se quedó firme. Entonces, delante de el martirizaron sobre un lecho de hierro caliente (=horno) recalentado al joven guerrero Orestes. Ahora Eustasio quedo solo. Durante la última noche en la cárcel el mártir rezó sin interrumpirse, ayudado por Dios para el martirio que lo esperaba. A la mañana siguiente, Eustasio escuchó con alegría su sentencia de muerte. Rezando el entró en el horno caliente, muriendo ahí.

Más tarde en el recuerdo de los cinco santos mártires (Eugenio, Auxencio, Eustasio, Mardonio y Orestes) se edifico una iglesia cerca de la futura Constantinopla, dentro del monasterio Olimpo. Con las oraciones del Santo Eugenio y los santos martirizados con él, que el Señor salve a nuestras almas.

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