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Tomado del Prólogo de Ohrid, por san Nicolás Velimirović

Estos santos mártires, héroes de la fe cristiana, eran originalmente altos funcionarios en la corte del Emperador Maximiano. El Emperador mismo les tenía en gran estima por su valor, su sabiduría y su celo; pero al enterarse de que eran cristianos, su amor por ellos se tornó en furia. Durante un gran ofrecimiento de sacrificios a los ídolos, el Emperador llamó a Sergio y a Baco para que ofrecieran el sacrificio junto a él, pero ellos se negaron rotundamente a obedecerle en esto. Ciego por la ira, el Emperador ordenó que se les quitaran sus túnicas, anillos, y emblemas de preeminencia, y que se les vistiera en ropas de mujer. Entonces se colocaron yugos de hierro sobre sus cuellos, y fueron llevados por las calles de Roma para que todos se burlaran de ellos. El Emperador los envió entonces ante el gobernador Antíoco en Asia para que fueran torturados. (Antíoco había alcanzado su distinguido rango con la ayuda de Sergio y Baco, quienes lo habían recomendado al Emperador.) Cuando este comenzó a urgirles para que negaran a Cristo, salvándose así de un sufrimiento deshonroso y de la muerte, los santos contestaron: «Tanto la honra como la deshonra, tanto la vida como la muerte, son iguales para el que busca el Reino de los cielos». Antíoco arrojó a Sergio en la prisión y ordenó que Baco fuera torturado primero.

Sus siervos tomaron turnos golpeando a Baco hasta que todo su cuerpo estaba fragmentado. Su alma fue llevada por ángeles ante la presencia de Dios desde su torturado y sangriento cuerpo. San Baco sufrió en el pueblo de Barbalis. Entonces sacaron a Sergio, y poniéndole zapatos de hierro y clavos, le hicieron caminar hasta la aldea siria de Resafá, donde fue degollado. Su alma fue llevada al Paraíso, donde con su amigo Baco recibió de Cristo, su Rey y Señor, la corona de gloria inmortal. Estos dos gloriosos soldados sufrieron por la fe cristiana alrededor del año 303 d. C. Santa

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