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Tomado del Prólogo de Ohrid, por san Nicolás Velimirović

Esta gran lumbrera espiritual nació en la aldea de Marikata, en la provincia de Bitinia, hijo de Mitrice y Anastasia. Fue pastor de ovejas en su juventud, y frecuentemente se retiraba a un lugar solitario para permanecer allí todo el día en oración, habiendo juntado su rebaño bajo la señal de la Cruz para que no escapara. Eventualmente fue llamado al ejército, donde todos se maravillaban de su valentía, especialmente en las batallas contra los búlgaros. Después de su servicio militar, Joanicio se retiró al Monte Olimpo en el Asia Menor, donde se hizo monje y se entregó por completo al ascetismo, perseverando hasta edad muy avanzada. Laboró en la vida ascética por mas de cincuenta años en diversos lugares, y recibió de Dios abundantes dones de milagros: sanaba enfermedades y dolores, expulsaba demonios, domesticaba bestias salvajes (especialmente serpientes), caminaba sobre el agua, se hacía invisible al ojo humano cuando así lo deseaba y profetizaba eventos futuros.

Joanicio se distinguía por su gran humildad y mansedumbre. Físicamente era como un gigante, enorme y fuerte. Tomó parte activa en el futuro de la Iglesia de Dios pues, aunque durante el período iconoclasta fue engañado, finalmente se convirtió en un ardiente defensor de la veneración de los santos íconos. Le unían fuertes lazos de amistad al Patriarca Metodio de Constantinopla. Joanicio vivió noventa y cuatro años, y entro en paz a su descanso en el Señor en el 846 d. C. Fue un gran obrador de milagros tanto en la vida como después de su muerte.

4/17 de noviembre: Mártires Nicandro, obispo de Mira, y Hermes, presbítero

Tomado del Prólogo de Ohrid, por san Nicolás Velimirović

Ambos fueron ordenados por el Apóstol Tito. Se distinguieron por su gran celo por la Fe y por sus grandes esfuerzos para convertir paganos a Cristo, el Señor. A causa de esto, una querella contra ellos fue sometida a un cierto magistrado, Libanio, y este les sometió a terribles torturas. Fueron apedreados y arrastrados sobre piedras; sufrieron cárcel, hambre y muchas otras torturas que no ser humano podría aguantar sin la ayuda de Dios. El Señor se les apareció en muchas maneras, y cuando fueron lanzados a un horno ardiente, les envió Su ángel para que apaciguara las llamas. Fueron finalmente enterrados vivos por sus crueles verdugos. Pero en vano matan los seres humanos cuando el Señor da vida, y en vano deshonran a quienes el Señor glorifica.

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