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Un sermón de San Juan de Shanghai y San Francisco

Hoy, la naturaleza de las aguas es santificada. Hoy, el Hijo de Dios es bautizado en las aguas del Jordán, no teniendo necesidad de purificación él mismo, sino para limpiar la pecadora raza humana de contaminación. Ahora los cielos se abren y se oye la voz de Dios el Padre: «Este es mi Hijo amado» (cfr. San Mateo 3:17). El Espíritu Santo desciende sobre el Salvador del mundo, que está de pie en el Jordán, confirmando así que en verdad este es el Hijo de Dios encarnado. La Santa Trinidad es claramente manifestada y revelada a la humanidad.

Las aguas del Jordán son santificadas, y junto con ellas todas las aguas de la creación; la naturaleza misma del agua. El agua recibe el poder de limpiar no sólo el cuerpo, sino también la totalidad del alma humana, y de regenerar la totalidad del ser humano para una nueva vida mediante el Bautismo. Mediante el agua toda la naturaleza es limpiada, pues el mundo fue creado a partir del agua (cfr. Génesis 1:2), y la humedad penetra en todo lugar, dando vida a todo en la creación. Sin humedad, ni los animales ni las plantas ni los animales pueden vivir; la humedad penetra en las rocas, y en todo lugar del mundo.

Las aguas son santificadas y mediante ellas el mundo entero, en preparación para la renovación y la regeneración para el reino eterno de Dios que ha de venir. Todos los años, la gloria de Dios es revelada en este día, renovando y confirmando lo que fue realizado en el bautismo de Cristo. De nuevo los cielos son abiertos; de nuevo el Espíritu Santo desciende. No vemos esto con nuestros ojos físicos, pero sentimos su poder. En el rito de la bendición, las aguas santificadas en el mismo son transformadas; se convierten en incorruptibles y mantienen su frescura por muchos años. Todos pueden ver esto – tanto los creyentes como los incrédulos, tanto los sabios como los ignorantes.

¿De dónde adquieren las aguas estas propiedades?

Es la obra del Espíritu Santo. Aquellos que con fe beben de estas aguas y se ungen con ellas reciben alivio de enfermedades físicas y espirituales. Los hogares son santificados con estas aguas, el poder de los demonios es expulsado, y la bendición de Dios desciende sobre todos aquellos que son asperjados con estas aguas. Mediante la santificación de las aguas la bendición de Dios es impartida de nuevo sobre el mundo entero, limpiándolo de los pecados que hemos cometido preservándolo de las asechanzas del diablo. Hoy el Espíritu Santo, descendiendo sobre las aguas cuando la Cruz de Cristo es sumergida en ellas, desciende sobre toda la naturaleza. Sólo en el ser humano él no puede entrar sin su consentimiento. Abramos nuestros corazones y nuestras almas para recibirle, y clamemos con fe desde lo profundo de nuestras almas: «Grande eres, Señor, y maravillosas son tus obras, y no hay palabras suficientes para alabar tus maravillas».

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